jueves, 9 de abril de 2015

Entrégale a Dios tus cargas y él te hará descansar

"Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo". Gálatas 6:2

Como nos cuenta el libro de Eclesiastes (Cap.3 V.1), para todas las cosas hay un tiempo. Hay momentos para estar a solas con Dios, hay momentos para la familia, y otros para compartir con amigos. 

Necesitamos sabiduría para saber cuando podemos llevar nuestras cargas, cuando tenemos que pedir ayuda, y cuando tenemos que cederlas a Dios. Hay veces que pesan mucho, pero se que puedo llevarlas solo, entonces, remango mi camisa, y manos a la obra. Pero otras veces, por mas que quiera, no puedo. Hace unos años, con mi familia atravesamos lo que hasta el día de hoy fue lo mas duro que me tocó vivir. Mi padre estaba muy mal de salud a causa de una cruel enfermedad. Ésto me tenía extremadamente agobiado. Es horrible la sensación de impotencia que se experimenta cuando un ser amado está sufriendo y no se puede hacer nada. 

Al enterarse de la situación, un amigo viajó muchos kilómetros para acompañarnos y darnos su apoyo. Llegó como un Ángel enviado por Dios. Vino en el momento justo, trajo palabras de consuelo, esperanza y tranquilidad. Puso sobre sus hombros el peso de nuestro dolor y cargó con el hasta que nos pusimos fuertes. Fue tan grande el alivio y consuelo que recibí de él que le estaré agradecido por el resto de mi vida. 

Hay momentos que son otros los que no pueden soportar solos el peso de sus cargas, y nosotros debemos ayudarlos. 
Pero también hay aflicciones tan grandes y pesadas que solo los brazos de Dios son lo suficientemente fuertes y anchos para cargarlas. El sube a sus hombros nuestras preocupaciones y ansiedades, nos hace mas liviana la carga, y despeja el camino para que podamos salir de cualquier situación que parece imposible. Luego, nos envía de regreso a ese mismo camino, para consolar y ayudar a otros a llevar las suyas. 

Sí, hay un tiempo para estar triste, y un tiempo para soportar las cargas de los demás.


                                                         
Marcel Amorín